Advierto que los temas de este blog
siempre han sido raros. Cuándo los veo en conjunto tengo la impresión de estar
viendo un enjambre ilógico y extraviado. Todo es un clamor destemplado. Hay contradicciones notables en todo lo que ha quedado aquí: entre los ritmos y las intenciones, en la consistencia. No sé si alguien que no sepa nada de mí encontrará algo de interés. ¿Es verosímil mostrar tantos fragmentos de ideas opuestas? ¿Qué dirá quien pase de un texto medianamente interesante al siguiente (que no tendrá por cierto nada de lo que prometía el primero)? ¿Y qué pensará cuando llegue al tercero y no atisbe ni una letra del autor de los otros dos?
Cuando
estoy en blogs de poesía, en blogs literarios, me lleno la cabeza de ideas en
un nivel que se percibe —lo pondré así por ahora— más puro. Admiro la sensación
que da leer realmente a sus autores sin que tengan que contarme sus vidas. Hay como una distancia que, dentro de todo, parece preferible por su lucidez.
Cuando
leo blogs de tinte anecdótico, admiro la naturalidad de sus locutores, lo entrañable
de estas vidas a las que me asomo y donde me encuentro por momentos con
reflejos amables —o crueles también, pero siempre una compañía clara— de mi
propia vida.
Pero no
sabría qué decir de todo esto de aquí. No estoy seguro si lo
detesto resueltamente o sólo me avergüenza. Esta escritura tan aburrida es mi violencia, este querer
borrarlo todo ahora mismo está de un lado. La aceptación de que no queda sino hablarme por morusas del otro.
Me
consuela, aunque quisiera lo contrario, aquello de que un hombre debe
contradecirse varias veces al día. ¿Supongo que así es la especie…?
Estamos partidos por dentro. Mi razón quiere una cosa, mis sentimientos otra.
Como decía el escritor en Stalker: mi conciencia anhela el triunfo del
vegetarianismo. Mi inconsciente pide un filete.